Me alimento de la calma que me produce la intensidad, me alimento y regocijo; dejo, entonces, de ser uno más. Y me sustraigo del resto, me encuartelo sin azar; y me lleno el pecho con el brillo del fuego eterno de la extraordinaria impropiedad. Me alimento de la calma que me produce la intensidad, me alimento y me equilibro; dejo, entonces, la cuerda y el nogal...
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