Vi caer tu alma a mis pies
cuando tan agria fortuna
resbalaba entre mis manos,
como la tinta sobre el papel…
Y fue tal el aullido del cielo
que una noche se instaló a su merced,
como si se tratase de la mañana más infame
de todos los tiempos, de todo porqué.
Lo único que pretendía era cuidar
la belleza de tu espíritu, de tu propio ser;
arropar tus besos incurables
con la cadencia misma del amante que siempre quisiste conocer…
Y así quedó mi oscuridad oculta por el placer
de verte feliz, de verte arder, de poderte complacer.
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