Sollozar,
al pie de tu vestido
que ceñido a tus muslos
sabe bien como sanar;
gritar,
con la voz de mi principio
sumamente enardecido
cuando no me dejes de observar.
Soltar,
las sombras de tu instinto
que ahora pertenecen a otros mundos
en los que te quedarás;
amar,
con la fuerza de mis vicios,
cada uno de los rumbos
en los que ya sé que no te he de recuperar…
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