No me olvido de una sola de las noches
en las que invocamos al mal,
rodeados del luto de placeres insomnes,
que defendimos siempre de los demás.
Si nadie entiende, cariño, no te lo tomes a mal;
tú y yo no pertenecemos a este aburrido lugar.
Y mientras se nos pasa la angustia, no te detengas, no dejes de bailar;
que a tus pies, la tela del vestido dibuje en el piso portales hacia el más allá…
Y que mis alas rocen tus pechos,
y que mi lengua te arrebate toda voluntad;
no existe alguien más hermosa, no existe suficiente ferocidad,
ni algo parecido a tus dientes al hundirse en mi carne
o tus uñas dibujando en mi cuerpo mortal.
Si nadie entiende, amor mío, no te lo tomes a mal;
tú y yo no pertenecemos a este aburrido lugar.
No me olvido de una sola de las noches
en las que invocamos al mal,
rodeados del luto de placeres silentes,
que defendimos todo el tiempo de los demás.
Mientras se nos pasa la angustia, no te detengas, no dejes de bailar;
desde aquí me siento capaz de todo, me haces sentir inmortal.
Y arrancarte el vestido con prisa sería una vulgaridad;
prefiero disfrutar el momento, hacer arder tu cuerpo con cada movimiento
de mi alma que te va a atormentar.
Y que mis alas rocen tu sexo,
y que mi lengua te arrebate toda voluntad;
no existe alguien más hermosa, no existe suficiente ferocidad,
ni algo parecido a tus dientes al hundirse en mi carne
o tus uñas dibujando en mi cuerpo mortal.
—Messieral
MercyVille Crest, 30 de octubre de 2,024
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