Acaricias el Piano

Acaricias el piano, y me desvelo
en la curva de tu cérvix encantado;
te postras a la diestra del demonio
y sonríes con los labios, con esos otros labios.

No te negaría jamás un beso,
aunque desquiciada intentaras abrirme el pecho
con esas garras feroces que, más que garras, son artefactos,
armas blancas, sedientas de mi sangre y de mis años.

Acaricias el piano, y me entretengo
en la preciosura de tu fénix desintegrado,
que más que un fénix es un sexo emancipado,
obediente solo a mis mandatos.

No te negaría jamás un beso,
aunque desquiciada intentaras rasgar mis labios
con esas garras feroces que, más que garras, son artefactos,
armas blancas, sedientas de mi sangre y de mis años.

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—Messieral
MercyVille Crest, 8 de noviembre de 2,024

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