Las peores tragedias siempre
se dirigieron sin dudar hacia aquí:
posible exceso de pastillas,
embolia cerebral y suicidio.
Dejas de respirar sin previo aviso,
a tan corta edad,
COVID-19 y cáncer;
por si no era suficiente
librar batallas repentinas e insolentes.
No tuve el tiempo o el coraje de decir gracias
por las cenas de aquellas noches en tierra fría.
Claro que lloraría el día de tu muerte;
no dejes de respirar,
toma todo mi maldito oxígeno,
que sin ti a veces siento que no lo necesito.
Gracias por enseñarme que el final
es tan sólo el principio,
que marcharse está bien,
que merece la pena ser bueno
por los más loables motivos;
y que lamento mucho no haberte tratado
de la manera en que merecías.
Siendo adolescente aún era un cretino,
pero gracias a todo lo que aprendí de ti
es que sigo vivo.
Gracias a ti logré mantenerme en pie
después de verte escapar de este mundo
entre mis manos,
y gracias a ti sé que hay vida después de la muerte,
sé que el fin no es el final que todos temen.
Tu abrazo, tu perdón,
lo he recibido en el peor momento,
en el de más grande culpa que he sentido.
Estamos a un nuevo reinicio de volver a vernos;
tras un tiempo viene otro,
y luego otro, y otro más.
Aún no es el momento,
pero volverá a suceder
y cuando eso ocurra me verás, les veré.
—Messieral
MercyVille Crest, 9 de diciembre de 2,024




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