Tu nombre yo lo suelo acariciar,
como un susurro entre sombras,
cuando la luna me envuelve en su frío abrazo
y tus ojos, como espejos oscuros,
vuelven a nombrar mi alma perdida.
Si alguna vez borré tus letras,
que sea el olvido mi condena eterna,
que la pena sea mi único paisaje,
y tu voz, tan lejana,
se convierta en un eco sin fin,
arrastrando mi ser hacia la neblina.
Tu tono, un canto bajo,
casi un suspiro en la negrura,
un murmullo de feminidad oculta,
donde el viento juega con la muerte
y los recuerdos se disuelven
en el abismo de la nostalgia.
Tu nombre, eterno como el silencio
entre las tumbas de lo no dicho,
se pierde entre las ruinas de mi mente,
pero siempre regresa,
como una sombra que se niega a desvanecerse.
—Messieral
MercyVille Crest, 19 de diciembre de 2,024




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