Quién osaría permitir
que sigas bailando sola
en la habitación que aprisiona
tu cuerpo y tu boca,
que te obliga a reprimir
la locura femenina y grandiosa
de tu encantadora manera de latir.
Quién osaría no acompañarte
en tu arte sutil de la seducción,
que, aproximado al arte,
ha destruido uno que otro corazón.
Quién osaría, sabiendo lo que sé,
dejar que se hunda tu bella mirada
en rutinas interminables de ajedrez,
sin salvarte como se salva a la pieza más importante
de un rotundo jaque mate…
—Messieral
MercyVille Crest, 22 de diciembre de 2,024
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