Apaga las luces de la habitación,
quédate a mi lado, desnuda,
extasiada y exhausta
después de entregarnos a este deseo
que, luego de tantos encuentros,
aún late incansable y encolerizado.
Nada de lo que ocurrió anteriormente
debería tener demasiada importancia.
Ya es suficiente lidiar en el presente
con estos nuevos traumas
y la forma en la que extrañas
mis manos abriéndose camino
por las extremidades delicadas
de tu cuerpo desnudo,
levitando por encima de mi cama.
Muerdes mi pecho, mi mano te ahorca,
se ciñe en la unión de nuestros sexos
la promesa de un próximo encuentro,
de una vida apasionada y perversa,
hasta donde alcancen nuestros nuevos secretos.
—Messieral
MercyVille Crest, 17 de febrero de 2,025




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