Te escucho gemir incontrolable,
como si estuvieras aquí, debajo de mí;
elevando tus extremidades
hacia la zona admirable
desde la que te contemplo infinita;
mía y grandiosa, bonita.
Respirar agitadamente
al unísono de nuestra complicidad,
añadir al milagro solamente
un poco más, un poco más.
Te escucho discutir inconfesable,
como si estuvieras aquí, junto a mí;
enredando las posibilidades
hacia la zona irreconocible
desde la que te contemplo
fría y preciosa, rutina.
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—Messieral
MercyVille Crest, 17 de febrero de 2,025
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