La quietud en la mente sumada al impacto intenso de tu sonrisa, de tu arte y de lo que vamos aprendiendo el uno del otro, el cansancio de tanto reír, la anarquía que finalmente encuentra su orden en códigos que no se pronuncian pero despiertan, tan espontáneos, como un abrazo cargado de la liberación exquisita de lo que significa la plenitud…
Cada trazo tuyo se parece a cada uno de mis versos; la mirada no se retira de su proceso mientras la perfección diseñada por nuestras mentes esté en juego; y la grandeza del don con que fuimos favorecidos se parezca tanto a un juego, de creación monumental traducida en el equilibrio que nos conforma de afuera hacia adentro.
Seriedad absoluta delante del lienzo vacío, mirada quirúrgica y fría delante de la hoja en blanco; de fondo el canto de un piano, acompañado por violines y cobijado por algo que tan sólo sé describir como magia, una interpretación tan profunda como el arte que nace de nuestras manos y este misterio infinito de lo que somos sin saberlo o sin recordarlo.
Grande es mi fortuna en cuerpo mortal, débil el pasado que no supo permanecer a la altura de lo que ahora conozco de mí. Debí ser mejor, debí ser más cauto; pero ¿siendo así cómo habría llegado aquí?, a este momento en el que disfruto de verte plasmar tu conciencia en el lienzo; de estar frente a ti describiendo el milagro peculiar de poder acompañarte. Cada uno y cada cual en su arte; cada uno y cada cual al hallarse.
—Messieral
MercyVille Crest. Lunes 2 de junio de 2,025.
Messieral 
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