El dolor comienza a manifestarse en partes de mi cuerpo en las que el dolor es una minucia apenas detectable. El cuerpo puede lamentarse todas las veces que lo necesite, pero si el espíritu se eleva con la única explicación del bienestar que trae consigo el caótico arte, todo está y estará bien, pase lo que pase…
Tuve dudas, creí estar cerca de conocer mi origen; en realidad, solamente perdí mi tiempo mirando hacia atrás. No es tan importante, no significa alimento para mis creaciones saber de dónde vengo; lo único importante es que avance, que no me rinda ahora mismo que el dolor es una pieza insignificante. Ahora que quisiera no tener novedades importantes, tan sólo flechazos de luz repletos de inspiración que me otorguen la dicha de ver plasmadas mis exquisitas sensaciones en tantos mares como sea posible o en el éter.
Crucé la puerta, vi lo que hay detrás, todo vuelve a comenzar, pero cada vez la luz se hace más formidable. Y aparecen ideas o algunos recuerdos que no son más que nubes arremolinadas cerca de mí, no me impactan, ni les quiero alcanzar con mis manos o hacerles sonreír.
Que complejo es soltar tanta tibieza, odiar no verse arder; crear infinitos con tan pocas letras… Que complejo es soltar tanta tristeza, amar lo que ahora es, burlar los maleficios con tan pocas nuevas metas.
Lo que quiero es lo que siempre tuve, tenerme es un placer que si no fuese capaz de entender, seguramente, confundiría con el escaso placer que otorga resignarse a acompañar a seres que no entienden de querer.
Es diciembre, otra vez… Se aproximan las celebraciones más emocionantes y ese es mi alimento. Esta vez, todos hemos comenzado a ver. Hemos despertado y el amor es la única pieza fundamental capaz de atreverse a morder los sitios importantes del corazón y la piel.
No intentes reconocerme,
mucho menos recordarme.
No queda de mí más que la piel;
la virilidad consecuente y fascinante,
el fuego, la oscuridad, el veneno y la miel…
—Messieral
MercyVille Crest 1 de diciembre de 2,025




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