La habitación de palacio,
nuestro prohibido lugar,
duerme con el aroma intacto
de nuestra forma de amar.
Tus orgasmos no estallarán
esta noche contra los cuadros,
y el jadeo gutural de mi alta mar
no desordenará los indiscretos
edredones que sublevaban
la posición ideal de nuestros cuerpos.
No sé si te extraño
o si quiero morderme el alma
hasta conseguir arrancarla.
No sé si este deseo intensificado
sea verdaderamente algo normal,
o si, de tanto contenerlo, estallará,
hundiendo en llamas al bosque y la ciudad.
La habitación de palacio,
nuestro consentido lugar,
duerme con el aroma intacto
de nuestra ausencia a rabiar.
—Messieral
MercyVille Crest, 22 de diciembre de 2,024
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