Un relato romántico de Messieral que explora el dolor de un amor dejado atrás, entre cartas enviadas por email, soledad, arrepentimiento y esperanza de dudosa procedencia.
Veré nuevamente tu remitente aparecer, sobre palabras sinceras de amor; o será simplemente una fantasía guardada entre mis más infames necesidades de afecto y cercanía.
Sentirme solo no es un problema: escribo a diario, escucho música constantemente, como si mi vida dependiera de ello. Y quizás, en realidad, depende. Hace días no como bien. He dejado de responder llamadas. Algo dentro de mí late con una lentitud que no es normal. Sin embargo, sigo esperando. Sigo mirando esa bandeja de entrada vacía como quien mira un horizonte clausurado.
El aburrimiento podría llevarme a hacer cosas que terminarían conmigo de una forma poco elegante. La cuerda en la habitación, la ventana del piso alto, el frasco en el baño: las opciones me susurran cada noche...
A cualquiera podría parecerle el correo electrónico una forma arcaica de comunicación, pero tú y yo conseguimos convertirlo en nuestro escondite, nuestra trinchera secreta. Desde allí partían cartas que ocultaban un amor que aún hoy persiste —aunque no quieras admitirlo y aunque a mí me aterre comprender que dejarte ir fue el error—.
¡El gran error!
El más grande error.
No te dejé ir sola, ni con alguien digno de ti. Te dejé ir hacia una vida de calles heladas, congeladores humanos, ladrillos apilados sobre ruinas de desintegración emocional. Una ciudad que nunca quise para ti, una prisión que ahora es tu supuesto hogar.
Ja, ya sé que te parecerá exagerado. Pero lo odio. Lo odio todo: el sitio, sus calles, sus sombras. Porque cada vez que leo su nombre escrito en las tendencias de cualquier red social, siento que la distancia me arranca la piel.
Hoy, la cuerda está más tensa.
Hoy, la ventana parece más tentadora.
Hoy, el silencio de tu remitente podría ser el último mensaje que lea. O no…
—Messieral
MercyVille Crest, 26 de abril de 2,025
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