A la mujer que me amó
le gustaban las novelas de vampiros,
a ser tan bueno me enseñó
que perdí el miedo a estar perdido.
Fuimos los mejores, tanto así,
que nunca existió la necesidad de mentir;
nos reíamos ante la pena de vivir;
y cuando nos besamos por primera vez
aquel momento evocó la sonrisa más feliz de toda mi niñez.
Le gustaba casi todo lo que a mí no,
pero resulta que lo que más le gustaba era yo
y a mí me gustaba sólo ella, sólo ella me gustó,
de forma tal que puedo reconocer dignamente que sólo ella me amó.
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Ciudad de Guatemala 13 de septiembre de 2,017




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