La tormenta rugía violenta
sobre la confortable habitación,
ennegrecía las opulentas
voluntades en mi corazón.
Ella detuvo, repentina e inexperta,
el tránsito de mi alma en traslación,
y aún con fuerzas, de manera incierta,
prosiguió más allá de toda animadversión.
Cuánto amor en aquellos labios ciruela,
cuánta dulzura en su canción.
«Nuestra noche», bruja de alma lagunera,
no supo torcer los designios de Dios.
Ella detuvo, repentina e inexperta,
lo más profundo de la emoción;
se hizo una con la tormenta
que destrozó al amor en aquella habitación.
—Messieral
MercyVille Crest, 27 de octubre de 2,024
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