Tus pasos resucitan flores muertas,
flores que no sobreviven en otro universo
que no sea el nuestro.
La luna se excita luminosa
por encima del jardín que nos pertenece en la sombra,
un jardín donde te paseas desnuda y descalza
sobre la piel ardiente de mi pecado.
Cada pétalo que tocas murmura un deseo
que el día no se atreve a escuchar,
pero que la noche transforma en su canto más célebre.
No te sientas triste,
mi niña del secreto que sangra.
El prohibido posible nos anega,
bésame,
no te quedes quieta.
Vuela conmigo de vuelta a la luna
y resucita, con tus pasos,
también sus flores muertas.
—Messieral
MercyVille Crest, 26 de noviembre de 2,024
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