Difícil de explicar.
El huracán hace crecer las llamas
y el infierno arde en la tierra
entregándole calor;
un calor inexplicable
que no sé comprender,
pero enaltezco.
Encuentro,
en el color de una voz
que me recubre, mercurio:
líquido, brillante, imposible de tocar.
Nocivo para mis manos,
que desean enterrar mis dedos
en el fantástico instante de su densidad.
Tales brasas no son mías,
pero arden en mi pecho
cada vez que se repiten en bucle.
No sé cómo controlar el deseo
que rige el dominio de mi voluntad.
Es verdad que todo termina,
pero también sé que,
luego de terminar,
volvería a comenzar.
—Messieral
MercyVille Crest, 24 de noviembre de 2,024
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