Mi Chica Poema

Te escribí en un altar
que a la palabra construí;
tu nombre en las alas
del tiempo que llevo jugando a no sentir.

Y todo lo que tengo de ti
es tu letra en una carta
que beso siempre antes de dormir
por si acaso, en un sueño, me abrazas.

Te escribí en la silueta
mortecina de la desilusión
y el brillo hizo de esa acuarela
un resplandeciente corazón;
uno que sólo tu almena
es capaz de moldear,
uno que sólo tu idea
es capaz de rondar.

Y todo lo que tengo de ti
es tu letra en una carta
que beso siempre antes de vivir
por si acaso, en una acera, me encuentras.

Porque eres tú mi chica poema,
la que vuelve siempre que se aleja,
en forma de canción o de teorema;
chica poema que no muerde pero besa
y como si se tratase de mi fortuna
siempre finaliza cuando comienza….

©®Messieral | messieral.com
Ciudad de Guatemala 5 de abril de 2,018


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Ya te Hablé de la Chica Desnuda…

Ya te hablé de la chica desnuda,
de su piano, de su calle Rotterdam;
no de su amuleto de buena ventura,
ni de su hermosa forma de matar.

Porque estaba tan linda aquella noche
que la luna se olvidó de cantar,
mecía su voz un nuevo horizonte
que a los mares supo fecundar;
y yo le vi sin prisas,
cegada de amor y de claridad,
besé su piel que testaruda
me prometió anárquica su espalda y su ojalá.

Y no quiero olvidarla por respeto
a ese espacio de estrellas que en su cuerpo
no iluminaban, nada más, sus hermosas luces;
también, ardían sabiamente a contraluces.

Porque en su piano sonaba la canción
que yo perdí en otra piel, en otros besos;
la cura irrumpía en mis cimientos
cuando abrazaba dulcemente mis senderos
y no hubo nada más que hablar ante tal desnudez:

«Suele acusarse al asesino de la tarde,
cuando el culpable es el incidente irresponsable»

Pero a la madrugada en que corrimos
con tanta suerte y con tantos imprevistos
le regalamos lo imposible hecho madera
para que nunca se olvide de lo que celebra…

Ya te hablé de la chica desnuda,
de su aroma en la piel,
de sus avenidas necesarias,
de su dolor y de su fe;
de mi cariño a ella rendido,
de aquel amor de cuando el frío
transparentaba los colmillos
de juventud enredados en solsticios.

Suele ocurrir que aún desnuda
de noche me llama en su premura
y yo respondo con los ojos llenos de susceptibilidad;
somos el resto de pintura
que se quedó en la paleta
de algún pintor con hermosura
en el centro mismo de sus letras…

La chica desnuda de la calle Rotterdam,
duerme a las horas en que vivo
pensando en su piel, en su ciudad,
en su palacio de acertijos…

Arde así mi mansión
en la que guardo sus motivos
y grita el silencio en compasión
a un amor que habla entre colmillos;
pero rompe el frío aquel silencio
y sus manos de cristal se hacen de hueso,
de la carne más impresionante, más transparente,
cuando una Diosa se desviste de sus rotas calles…

Porque la chica desnuda de la calle Rotterdam
es también la chica al frente  del piano que jamás
olvidaré, ni olvidarán las azucenas que una vez
deshilaron la magia de sus notas al nacer
en mi mansión de historias de un somier…

©®MESSIERAL | messieral.com
Ciudad de Guatemala 10 de abril de 2,017

La Chica Desnuda de la Calle Rotterdam

La chica desnuda de la calle Rotterdam,
es también la chica al frente del piano que jamás
olvidaré, ni olvidarán las azucenas que una vez
deshilaron la magia de sus notas al nacer.

La chica desnuda de la calle Rotterdam
cuida sus manos de las caricias del nopal,
llueve preciosa sobre el lienzo de ciudad
que ahora me abarca con tranquilidad
y esboza hermosa el cante de un quizás.

Si te dijera cuánto sueño
con la chica desnuda de la calle Rotterdam,
olvidaría por un instante su figura,
anidaría todo el entrevero del comienzo
de aquellos días en los que la empecé a adorar.

Puede ser que los días me lleven a ella,
o que el momento se acerque como prueba
que habrá que superar para poderla conquistar;
puede ser que los manantiales de hojalata
nos aparten de la tarde en que quisimos cruzar nuestras miradas
y que en su piano una nota nos acaricie el alma.

La chica desnuda de la calle Rotterdam
viste su piel con las fragancias más cercanas
al mismísimo sabor de la divinidad, de la verdad;
se angustia si mis manos no se acercan
sin previo aviso a las mañanas que jamás olvidará.

Pero rompe el frío aquel silencio
y sus manos de cristal se hacen de hueso,
de la carne más impresionante, a destiempo,
cuando una Diosa se desviste de su humano cuerpo;
la chica desnuda de la calle Rotterdam
es también la chica al frente de los labios que jamás
olvidaré, que jamás quise enjuiciar, entre los pliegues de mi beso roto,
mientras iba aprendiendo de su saliva a amar, a besar de todo…

La chica desnuda de la calle Rotterdam
grita con sensualidad las palabras de los mares,
me abraza con la misma prudencia de las cuerdas
que aún atan a nuestros secretos mil lunares…

Pero rompe el frío aquel silencio
y sus manos de cristal se hacen de hueso,
de la carne más impresionante, más transparente,
cuando una Diosa se desviste de sus antiguas calles;
la chica desnuda de la calle Rotterdam
es también la chica al frente de los pechos que jamás
olvidaré, ni olvidarán las hebras de mi mansión en llamas…

©MESSIERAL | messieral.com
Ciudad de Guatemala 18 de febrero de 2,017



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La Estación del Amor no es Estación…

La estación estaba cubierta por una densa neblina, el frío esa mañana se podía tocar y, si no se tenía el cuidado suficiente, el cúmulo de cristales rotos en el aire, invisibles pero mortales, te podía cortar la ilusión… Hay ojos cansados de lágrimas de tantos adioses, de despedidas inevitables, que un día dejan de mirar al andén de la esperanza. Pero ahí estaba ella, sentada en la misma banca desde hacía 3 días, 8 horas, 36 minutos y 45 segundos, mirando su reloj cada ciertos suspiros y dibujando iniciales en la niebla, sangrándose los recuerdos con el frío, secándose las lágrimas con su propia tristeza… Había un tren que llegó a ese anden sin el equipaje de su corazón, y se seguía preguntando si todo estaba bien, si él estaba bien… Si quizás lo demoró una inesperada fortuna y sólo debía esperar unas horas más… Pero del otro lado, había una historia que nadie nunca le iba a contar…

Hay canciones que se han ido con las olas del mar, que no se volverán a cantar y hay sonrisas que se fueron, dejándonos desprotegidos, pero que un día volverán, volverán a devolvernos la felicidad. No había más que entender, otra historia más llegaba a su final y no era culpa de nadie, los trenes seguirían llevando y trayendo historias como almas, el mundo seguiría rotando sobre sí y el viento cambiando de temperatura con las estaciones.

Esta vez no volvería, el tiempo es implacable con quien no es capaz de luchar por lo que dice que ama, a punto de abordar el tren, alguien más volvió a él, le tomó la mano y sin tener que prometer mucho más, con una sonrisa de verano en pleno invierno le devolvió el color a su sonrisa, llovía pero, en aquel beso resurgido, el amor hizo primavera en los latidos de los dos. Es mala estrella dejar esperando a quien nos espera o la mejor de las fortunas amarrar el corazón a quien vuelve para restaurar la incompleta parte que ante la duda no cicatrizó. Y no es culpa de nadie.

Una chica en la estación esperaba a su amor, tanto esperó sin moverse del lugar, obviando la opción de tomar el siguiente tren para ir a la ciudad de su amado para encontrarle y dejar de dormir en la eterna interrogante. Y él fue alcanzado por la saeta más hermosa de su existencia, de su pasado, la que volvía del lejano territorio de los vuelve y como te extraño en las tardes de jueves…

No hubo opción y se abrazó a quien estaba frente a él, no a quien se quedó en la inmóvil e inepta quietud de la cobardía… Y no pasa nada, y pasa a diario, y el culpable no siempre es quien arremete, a veces es quien no se mueve el que comete el peor de los daños.

Y en verdad, aquel andén no los volvió a ver juntos jamás… Y quizás fue mejor dejarse de preguntar cómo es que la vida se tuerce tanto al final… Porque pierde siempre quien deja de luchar, porque luchar no se trata sólo de querer alcanzar, es tomar ese tren cuando la espera no es promesa de que todo va a mejorar… Si vas a vacilar demasiado, es mejor que lo sepas desde ya, te vas a perder la mejor oportunidad de hacer feliz a quien una vez lo dejó todo por ti.

La chica se levantó de un salto de su cama, aún con su melena enredada de las malas sensaciones de su pesadilla, lo tenía todo claro. Tomó el teléfono y llamó a su amado: «Cariño, no vayas a ningún lugar, espérame, estoy saliendo a tu ciudad…»

Luis Eduardo (Messieral)
En colaboración con Ana Romero (Versos en tu piel)
Domingo 24/04/2016

Talvés es Para Siempre en la Ciudad

Un guiño y cuenta hasta tres,
que sírveme una copa,
me pasas ese barril después,
cometas de neón,
astucia citadina,
no me deja, no me olvida,
pues le gusta mi canción.

Y se calla la boca cuando se la como a besos,
me desmaya el corazón, boca a boca  en aluviones,
tú y yo somos dos canallas, que bonita minifalda,
se me notan en los dientes los amores, no te enojes,
brinda otra vez conmigo, no nos pueden engañar,
tú y yo somos de ciudad y el mundo nuestro bar…

Así que ven, cincuenta pasos a la vez,
desbócate conmigo, que esto no es para siempre
y talvés, cuando menos te lo esperes estaré
en el portal de la casa de tu madre, gritándote a mil voces:
¡Eres la chica de ciudad más guapa que besé!

Así que ven, ochenta y nueve besos, un porqué,
desbócate conmigo, que esto es para siempre
y talvés, cuando menos te lo esperes me iré,
me verás, alguna vez, salir en televisión esbozando una sonrisa leve
cuando algún idiota me pregunte por mi amor.

Y volverás a callarte la boca aunque no esté cerca,
me guardarás un faro de ciudad, veinte pasos en la Catedral,
dos millas de reproches y veinticuatro soles para Navidad.

Llévame en la pulsera que te hiciste
con las cuerdas rotas de mi guitarra, en Alcatraz,
muérdeme los labios una ante-trigésima penúltima vez,
que esto podría no ser para siempre,
podría no dejarlo todo por tu imagen,
podría cansarme del desastre de los autos,
de malos funcionarios y personas conformistas…

Así que ven, doscientas treinta y nueve lunas por volver,
desbócate conmigo, que esto no es para siempre,
podría dejarte atrás para que no te alcance la ruleta de la muerte,
y talvés, cuando menos te lo esperes estaré
frente al bullicio de tu enjambre, haciéndome un sitio,
gritándote a mil voces: ¡Eres la chica de ciudad más guapa que adoré!

Así que ven, quinientas nueve vidas y un vagón de tren,
cuatro antorchas de palizas, una monja que es infiel,
desbócate conmigo, el mundo enloquece y talvés es para siempre,
cuando menos te lo esperes te habré tomado de la mano, invitándote a venir,
supongo que alguien debe responder a las preguntas tontas, en mi lugar,
y quien mejor que la chica de ciudad, más guapa, que siempre me hizo volar…

© Copyright – Messieral | Luis Eduardo – Poesía
Ciudad de Guatemala 11/04/2016

Muchas gracias por tus ojos y por estar,
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Quinta del Infierno Fluvial

Había estado allí por décadas, siglos quizás. El tiempo siempre es tan relativo y se expande con la intensidad de la espera, y ella parecía esperar con ardor lo que jamás volvería. Siempre a las mismas cinco de la tarde, siempre con el sol yéndose a apagar lentamente y el mismo cielo pintándose de nostalgia, todos testigos mudos de sus pensamientos y sus penas. Parecía detenida en el tiempo, ajena al mundo que le rodeaba, frente al mar que de naufragios estaba lleno y aguardaba por uno más. Vestía siempre la misma tela, la misma porcelana, a veces con más polvo que brillo, a veces con más arrugas que lágrimas, y un listón rojo en su muñeca, todo en conjunto parecía convertirla en la muñeca olvidada en un ceniciento anaquel, con recuerdos innombrables y un silencio que hace memoria de sonrisas de ayer.

Agujas entrando en la piel, relato de noches impregnadas de suturas errantes y vaivenes de martillo estrellándose en el hueso del corazón. Quiebra dureza el nauseabundo recuerdo de lo efímero, mata despacio la nostalgia anidada en el centro del alma, alma errado y delicado, con tormentos de quimeras: «Ya no espero salvación, se ha congelado mi alma dentro del hielo seco de tu noche, en iris y pasiones rendidas a la muerte» Sollozando día y noche, el cielo parece agitado, la aurora no aparece para iluminar las praderas y un puñal ensangrentado sonríe, mientras la luna diluye su tinta sobre el mar muerto y divertido, de procrastinadas esperanzas boreales.

El diablo es una putita divertida y se roba las propinas de los clientes, astucia perdida en el cielo de parafinas, dulces caros y mantos simas. Una colmena se ha desprendido del infinito y ha iluminado el cielo con sus abejas de luz, la miel nos ha caído encima y empalaga el revés del cuerpo con nostalgia, con deseos que no se han de cumplir. La soledad es una niña santa pero que abre sus piernas a cualquiera, se deja tocar y se toca para entretener y no soltar. Nuestra chica, suspendida y congelada, su alma hibernando un descanso incierto. -Estamos perdidos- gritaba el poro cuatro mil novecientos ubicado en lo interno de sus muslos, -Esto está más solo que Dios.-

Era el calor de marzo y una lluvia impermeable en sus ojos, lo que con poca gracia revelaba lo angustioso y aberrante que guardaba en su ser, y se resbalaba por su pálida piel, húmeda, grasienta y herida, marchita como la primavera que nunca fue, toda la podredumbre encarnada en sus huesos, esa que ya no se contiene ni con la muerte. Hubo una historia más allá de aquellas olas, una ilusión desbocada en traición y remordimientos, un constante golpe al corazón contra el piso, y los gritos del horror de sus oídos, su propia voz, la dama en su interior, agonizante. Su mirada siempre fija al pasado con la vista al poniente, esperando el momento de quiebre, esperando el arrastre de toneladas de toda la miseria acumulada, mucha que no es ni siquiera suya y sin embargo, cargó hasta aquí sin poder soltarse nunca de sus cadenas.

Cantaba una canción de perdición, era culpable de toda la desgracia del mundo, ella sostuvo la manzana entre sus piernas, el Edén le abrió entonces las puertas al pecado y todo era su culpa, todo era su castigada culpa. No queda ya ni un hilito de luz en su mirada, es oscura como el ébano, con que tejieron el ataúd de su madre, ya no queda ni un ascua de esperanza en la extinta hoguera de su firmeza. Su cuerpo desnudo le da vergüenza, le marcaron los duendes con el tatuaje promiscuo de la perdición. Uno de ellos en especial, uno amo y señor de la noche, explotó su elixir indómito sobre toda su piel. Llueve pena en su pradera, los perfumes de su cuerpo hoy son sórdidos y repulsivos olores de heridas infectadas. Marzo ya termina con su vida, con su tontería, abril que amanezca para cobrar los pecados de damiselas idiotas que han creído en la serpiente exhibiendo su podrida piel.

Si no hubiera nacido –pensaba ella –Si no hubiera nacido nada estaría perdido. Y si me voy ahora, nada estaría salvando–. A sus pies yacía el recuerdo de sus víctimas, corazones palpitantes fundiéndose poco a poco en la tierra maldita que ella había pisado. Lápidas sin nombre, huecos en la tierra con huesos revueltos y su sangre bautizándolos sobre las flores secas. Su paso por el mundo es el éxodo por el desierto hacia ninguna tierra prometida, en cambio el hundimiento de su cuerpo en la arena que hierve en las noches más frías, la arrastró hasta este acantilado de prejuicios y reproches. Este viento que la abraza y revuelve su turbia melena, los pensamientos impuros que jamás profirió, trae el anuncio de la muerte a cuestas… ¿Por qué esperar más? ¿Cuándo dejó de importar? Hoy es el día… Caer comienza por dar un salto. Un salto para esquivar la vida misma, un salto para esquivar lo que corresponde, un salto cobarde con tres paracaídas abiertos y enredados entre sí, que se estorban y hacen obsoleta toda posible salvación…

© Copyright – Messieral | Luis Eduardo – Historias en Ascuas
© Copyright – Versos en tu Piel| Ana Isabel
24/02/2016