Cuando la muerte llegó a tu casa y a la mía permanecimos tan unidos que parecíamos uno mismo; un mismo silencio, un mismo llanto y un mismo dolor que nadie más comprendería…
Sé que hubiese sido perfecto como lo fue a cada instante, que hubiese sido fantástico vivir un día más, sólo para desnudarte; sé que de nada sirve desdoblarse, que a mi aburrimiento y tu ansiedad les convino ser amantes.
Una vez te escuché de madrugada crujir como hojas secas bajo mis pasos, tan obstinados y apresurados; una vez quise ser una segunda versión de mí en esta misma dimensión para poder amarte como mereces, para poder buscarte y quedarme junto a ti…
Sé que has vuelto a pensar en mí recientemente, que de forma sutil quieres hacérmelo saber; y eso no me hace sentir bien ni mal, nuestro tiempo te aseguro que fue muy especial.
Un desvarío que podría provocar con el movimiento experto de mi lengua sobre el lienzo de la sensibilidad, la rosa sensibilidad de la femineidad en la apasionante melodía sin final…
Te enseñaría a amar de nuevo cada vez que se reinicien las horas que tanto queremos; por si nos invade con su desenfreno la urgente necesidad de reinventar el juego.
Lo que nos mantiene unidos, lo mucho que siempre nos hemos querido; lo que nos ha herido, lo que hemos corrompido, lo que sana solo por nuestros motivos…