A la intemperie, desprotegido,
vacío por dentro, deshabitado de Dios y del demonio,
como aquella madrugada a la sombra de tanto ruido de drogadictos;
a solas, en la víspera del más grotesco de mis cumpleaños,
sabiendo desde entonces que me habías perdido porque habías querido,
que tu mejor logro había sido herirme y llenarme de tan repugnante hastío.
A la intemperie, descolorido,
herido en el centro, sangrando a las dos y a las cinco,
considerando seriamente tan placentero suicidio;
a solas, en la misma acera de la prostitución y los reinados más repulsivos
que tuve que presenciar en todos mis andares sin rumbo fijo.
A la intemperie, desconocido.
—Messieral