Etiqueta: Poesía Messieral

Me alejé por completo
del estudio de la ley,
de todos sus complejos
y sus ansias de poder;
me alejé de ese secreto
revelado solamente
a quienes paguen por él.

Me alejé por completo
del minifundio de la ley…

— MESSIERAL

Nuestra libertad
hasta donde les convenga,
hasta donde les ofenda;
y de ofendidas miradas
esta llena esta desgracia.

No me alces la voz,
esa no es mi razón;
lo que obedezca tu corazón
desobedece mi consagración.

Nuestra libertad
hasta donde les amanezca,
hasta donde no anochezca;
y de ofendidas migajas
esta llena esta plutocracia.

— MESSIERAL

Te observo desde la pletórica
atrocidad contemporánea,
con ojos cínicos y una erección
que en esta ocasión no calmarás;
te observo insatisfecha,
desamparada sobre la cama
de un extraño que ha desposado
a tus mentiras crónicas
y fingidas esperanzas.

Te observo y no sentir nada
es la nueva alabanza
que nuestra descomposición
evoca desde su añoranza.

Te observo desnuda y no queda nada
del afán de nuestras mañanas,
de los meses crónicos y la excitación
que ya no nos sucederá;
te observo insatisfecha
desangelada sobre las ganas
de un impávido que ha desposado
a tus secretas y tónicas
preguntas áridas.

— MESSIERAL

Pero seguirás aullando a la luna
como buscando una respuesta
de mi voz que ya canta en otra galaxia,
a la que nunca accederías tan desangelada.

Te escucho aullar a la espuma
de un mar que no te devuelve mis velas.

Te escucho aullar a la penumbra
del horizontal borde de mis venas
que se han olvidado tu canción y tus caderas.

Pero seguirás aullando a la luna
como buscando una promesa
de mi voz que ya canta en otra galaxia,
a la que nunca accederías tan endemoniada.

— MESSIERAL

Tenías mi libertad
en el centro de tus manos,
especialmente de la izquierda,
esa misma de la fotografía
en la que no aparece un anillo;
quizás sea un poco menos sagrado
cualquier acto realizado con cobardía;
de ello sabré lo suficiente yo
que no supe retener la estrella mía.

Tenías mi libertad
en el borde de tus manos,
especialmente de la izquierda,
esa misma de la apatía
con la que ignorabas el llamado
de cualquiera que no te aportara mi experticia…

Tenías mi libertad
en el centro de tus manos,
especialmente de la izquierda;
ojalá que la verdad y los orgasmos
jamás se disfracen de sinuosas afrentas,
como algunos silencios abecedarios.

— MESSIERAL