Que bajito nos hablaba Antigua Guatemala,
que bajito el volumen de nuestros pasos
y los cascos de los corceles por delante de la carroza,
recuerdos que llegaron, allí, sin planearlo…
Recuerdas el frío y nuestro abrazo, tu celeste y mi azul,
nubes en la cresta sagrada de empedradas calles,
que tras la lluvia sostuve tu mano y la besé con ternura,
que no estimaste las consecuencias, venideras, del beso
escondido tras las ruinas de aquel junio y su cielo…
Pero un día posarás tu orquídea entre mis manos,
alguna tarde de invierno en la ermita,
me verás con los ojos de incendio clandestino
y haré de tus silencios mi boca,
la roca inconcebible que sostenga tus dados
sobre el tablero manso de la justa recompensa
y te abrazaré como sólo puede abrazarse en Antigua,
una sola vez, a medida…
Cerraré los puños de frente al agua terrenal,
le veré con los ojos venerantes y devotos,
te compararé con su belleza infinita siendo atrevido
y me colmarás con todas esas colmenas que a tus pies
ha sembrado la vida, y el tiempo y la herida,
de pan dulce y coloniales aristas.
Y haré de tus besos mi templo,
el inicio impetuoso de posibles futuros,
viajeros en el tiempo del convenio predilecto,
sobre el tejido a colores de nuestras condenas
y te abrazaré tan fuerte, tan romántico y barroco,
te abrazaré tan cierto y tan esperanza, en la plaza
como sólo puede abrazarse en Antigua,
sin miedo y con la confianza de que existe el paraíso,
que nos sobra demasiado el ser perfectos y el ateísmo.
Te abrazaré al tiento en aquel pasaje de Antigua,
ahora que nos sueña tan bajito, para no despertarla…
Luis Eduardo (Messieral)
Ciudad de Guatemala 20/04/2016