Se llamaba María, la muchacha costera de Casablanca,
a sus pies se rendían Asia y África por igual,
a sus ojos las coordenadas de la nada al comenzar…
Entre más de seis millones, su par de ojos,
entre el puerto y su marea, su despertar;
entre sus juegos de palabras, habría elegido,
la más audaz, cada mañana, en la que a su lado yo pudiera caminar.
Porque era tan bella que el cielo
rompía sus nubes al verla pasar,
se anclaba a la luna de un sueño
para perseguirla al avanzar.
No sabía de historias de amor
pero prefería de una ventana abierta
su color por encima del dolor;
y saltaba por las noches encendidas
a la sal que va calmando las heridas,
a la sal que va jugando a ser quizás…
Yo habría sido bueno por su amor,
sortilegio poderoso de algodón;
hubiera abandonado toda playa,
toda brisa, toda enfurecida ensenada
por ser el dueño de su sol…
Se llamaba María, la muchacha de Casablanca,
rosa herida de occidente, sueño simple y recurrente;
garza guapa y elegante, ropa de suicida anticipada,
pecho encinta que proveía del mejor de los aguardientes
a un ser pequeño que en su viaje, el final, le acompasaba.
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Ciudad de Guatemala 6 de marzo de 2,017