Encontrarte en aquel café, entre su aroma exquisito a intimidad, con tus gafas de sol para la sombra y el nudo de tu bufanda marrón. Esquivar tu tono serio y ponerte una sonrisa, de extremo a extremo, entre la boca y el corazón… Es que te juro, por dios, que no recuerdo un mejor sabor.
Quedar al día siguiente en la librería del centro, en la que me hablaron tus ojos del príncipe marciano y tus piernas de su flor, mis manos arremolinadas de aquellos cronopios y famas, mi frente de las cuerdas reflexiones que el amor, ya sabemos, no admite, no por siempre.
Tomar tu mano con la incerteza de lo eterno, posar un beso en tus labios continuos por un camino de lo bello a lo desconocido. Se cortaba el aliento de las horas al verte hablar, pensar en tu siguiente beso y atender a tu necesidad intensa por ser comprendida, mis venas palpitaban al compás de tu hermosura, era un juego cíclico de admiración al cielo y al suelo, sentir amor propio al amarte a ti, sentir completa autoestima al saberte milagro de pies a cabeza, sonreír.
Eran los vértices tan fuertes de una historia común, una etapa tan linda con la brisa y el frío que refresca el alma, promesas tan buenas, un salto mortal que, temporalmente, acababa bien, alejando la pesadilla y yo creando un escenario para verte siempre, para verte bien, querer hacerte feliz como no hice a nadie, llenar de cometas tu habitación y de orgasmos las marquesinas de trofeos bien logrados, desdibujarse así los miedos y correr al encuentro de un amor justificado en sus pormenores, libro abierto de citas que inspiran al héroe de la tarde, a la mujer de mente.
Conocerte, sin duda, algo tenía que ver con mi suerte…
Luis Eduardo (Messieral)
Ciudad de Guatemala 22/04/2016
Gracias por tus ojos y por estar.
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